viernes, 22 de julio de 2016

Experiencia bipolar sin alcohol: Parte I



Esta serie pertenece a la obra 'La taberna: Una libreta para el recuerdo'

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Si estás leyendo estas líneas y padeces trastorno bipolar o problemas de alcoholismo, conoces a alguien en esa situación o simplemente deseas conocer cierta información sobre ello, es posible que mi experiencia te resulte de utilidad.

Durante casi dos décadas he estado consumiendo alcohol de algún modo.
Es durante la última donde el consumo se disparó en lo que creía mi única herramienta para tratar de estabilizar el trastorno bipolar que padezco.
Sumido en una constante ida y venida de la euforia a la tristeza, había ciertos momentos al día donde la embriaguez no sólo me reportaba un estado conocido al que aferrarme, sino que también marcaba con ciertas pautas en mi actitud algo parecido a una rutina diaria.

El caso es que ya podía encontrarme eufórico vaciándome en largas jornadas laborales inyectadas de cafeína o bien perpetrado en un lecho sintiendo como todo caía sobre mí, que la rutina estaba clara: Acudir a mi fiel compañero de viaje para bien frenar mi nivel de actividad, bien insuflar el ánimo adecuado para emerger de los pozos personales.

Esa creencia me tuvo bien aferrado al vicio incluso durante los años en que no solo se me indicaba desde todas partes que existía un problema serio, sino que progresivamente se iba perdiendo toda confianza en mí.

Si bien es cierto que una enfermedad mental como el trastorno bipolar genera en ocasiones la imperiosa necesidad de tratar estabilizarte por cualquier vía existente, también lo es que quien se vuelve adicto al alcohol, provenga de donde provenga, desarrolla síntomas y problemáticas comunes al resto de enganchados.

Puede que la palabra más común sea alcohólico, pero voy a incluirla en el saco de enganchado junto con aquellos grupos que beben con patrón de abuso, bebedores de fin de semana y quienes simplemente, encuentran dificultad en pasar una jornada sin consumir una sola cerveza.
Porque en todos esos casos será común la ansiedad cuando el deseo o la necesidad aprietan, será común la placentera sensación de desinhibición y por supuesto, también lo será el bajón posterior.

Puede sonar evidente que algo que hace oscilar tu estado de ánimo de forma súbita y artificial no debe ser recomendable para alguien con un trastorno que precisamente adolezca de esos cambios.
Sin embargo,  cuando te encuentras dentro de fases que te roban el sueño y mantienen en tensión una mente a la que no paran de llegar ideas y proyectos, miras con otros ojos la posibilidad de administrarte esa aspirina.
Del mismo modo, cuando la desesperación llega a puntos en los que incluso quitarte de en medio se convierte en una idea recurrente ante las sombras que te visitan en una constante oscuridad, borrarlas con un manto tóxico que desvíe tu atención e incluso te levante momentáneamente se antoja digno de consideración.

El caso es que, transcurrido el tiempo que convierte en habitual lo novedoso, uno desarrolla la ansiedad previa, la satisfacción del momento, así como el bajón posterior.
En mi caso filtraba la ansiedad a través de jornadas cargadas de actividad mental, constructiva o destructiva en función de lo que mi inestabilidad dictase.
Encontraba en la satisfacción del momento una identidad perenne a la que aferrarme y desde la cual existir.
Finalmente el bajón me provocaba irritabilidad y un malestar que parecía menguar tan solo ante la idea de repetir el proceso con la mayor brevedad posible.




Acabé bien enganchado, y lo que empezaron siendo unas cervezas en la adolescencia con los amigos del día a día pasaron a ser borracheras descomunales siempre en compañía donde todo parecía ser divertido e inofensivo.
Pero un día te tomas una cerveza en un bar de camino a algún lugar.
Otro día son dos con un desconocido.
Finalmente acabas por llevarte alcohol a tu casa donde, progresivamente, vas incrementando la dosis mientras se asocia a diferentes actividades dentro de un abanico cada vez más acaparador, más amplio en posibilidades.

Y de ese modo generas algo así como una identidad, una actitud consolidada a la hora de disfrutar y pensar, plantar cara y olvidar.
Mientras piensas que estás sobreviviendo a una grave enfermedad crónica, en realidad todo cuanto edificas lo haces sobre una base de madera infestada de carcomas.
No sólo eso, aquello que derrumbará tu vida cíclicamente también irá robando tu verdadera identidad, secuestrando todo cuanto es tuyo para solicitar su dosis a cambio de un hipotético rescate.

Mi experiencia está llena de ejemplos de cómo uno puede acabar enganchado al alcohol, en mi caso partiendo de un trastorno bipolar.
Pero supongo que así como la adicción presenta aspectos comunes a quienes la comparten, el hecho de dejarlo debe presentar otros tantos.

Con este artículo, primero de varios, pretendo exponer mi experiencia al abandonar de raíz el alcohol en mi vida.
Puedo decir que en más de dos meses las cosas han cambiado, y mucho, para bien.
No ha sido un camino de rosas, y han existido muchos momentos que han ocupado jornadas enteras de pura agonía, pero en general la escalera que he ido ascendiendo se ha ido asemejando más y más al ‘camino de la vida’ que generalmente sentía al avanzar hacia el futuro hace muchos años, antes de que mis problemas con el trastorno y el alcohol se presentasen graves.

Pero el momento para extenderme con ello será en la segunda parte.



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Esta serie pertenece a la obra 'La taberna: Una libreta para el recuerdo'

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