domingo, 7 de mayo de 2017

Las hojas en siete de Mayo





A un remanso de vegetación en el bosque, a un claro despojado de lianas y ramas entrecruzadas.
Ahí llegaron las hojas.

No fueron ni una ni dos, ni diez ni veinte.

Un joven apoyaba su espalda contra el tronco de un árbol, venciéndose a él como lo haría un montón de nieve sobre la estructura de una rama.
La estación que transcurría era, no obstante, primavera.

Para el chico el otoño y el invierno iban cargados de su predilección, pero tenía que reconocer que esa estación de colores y vida, de hormonas inestables e insectos deambulando con sus quehaceres de aquí para allá, también tenía su encanto.

No sabía que también podía ir cargada de magia.
El cúmulo de hojas pasó por delante de él, en un aparente movimiento circular alrededor del claro.
Cuando su trayectoria casi rozaba su pómulo, el joven agarró con reflejos una de las hojas.
Y ahí estaba.
Frente a él un halo de luz lila aterrizó desde algún misterioso lugar en el suelo despejado en el que tomaba un descanso en su marcha. Un número se dibujaba en él.

Con el paso del tiempo el chico fue haciéndose con todas y cada una de las hojas, ya sin dejar de contarlas, con la vista puesta tanto en el contador que dibujaba la tierra que pisaba, como en la esbelta silueta que parecía manar de la luz lila.
¿Quién le estaría gastando una broma tan cara como para generar aquél holograma?
¿Era un juego en el que debía reconocer a la figura?
Las preguntas se agolpaban en su mente mientras las hojas dejaron de revolotear a su alrededor.
Las tenía todas en su mano.
Eran treinta.

El joven sonrió.
Pese a que el día había casi transcurrido en su jornada diurna, una grata sorpresa había tenido a bien presentarse ante él en ese día tan especial.
Su novia, sonriente y relajada, le miraba desde el centro del claro toda ella salpicada por los lilas que no paraban de emerger como arco iris del suelo.

Lejos el otoño y el frío recuerdo de quien no volverá.
Lejos el invierno con sus fantasmagóricas visiones de aquello que dejó de ser tiempo atrás.

Era su estación.
Primavera, la que la vio nacer y crecer.
La que la vio madurar y la sintió endurecer.

– Feliz cumpleaños, Stela. – Dijo el chico, y besó las ojas antes de lanzarlas al aire.
Provocó que estás regresasen a su movimiento rotatorio, como queriendo engullir con su velocidad la imagen lila de la chica.
– Esta vez sin tragedias… Que cumplas muchos más. – Abrió los brazos al cielo y sintió como algo casi huracanado arrastró sus piernas al centro del claro.


Se estaban mirando fijamente, armados con una amplia sonrisa.

Así pasarían el siete de Mayo, juntos de algún modo… En el interior del bosque.
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